La evidencia empírica nos muestra cada día que los fenómenos naturales, hidrológicos, geológicos, meteorológicos y/o biológicos, influidos por el cambio climático, están siendo cada vez más intensos y frecuentes, a nivel global, con consecuencias temporales y/o permanentes, a menudo, catastróficas. Basta encender el televisor (o si prefieren navegar en la web) para encontrase a diario con noticias de eventos naturales catastróficos, que con intensidad inusual, golpean diversos puntos del planeta. Sin ir muy lejos, mientras escribía este artículo, en Chile todavía se sentían los efectos de los dos últimos frentes de mal tiempo que asolaron la zona centro sur del país. Mientras, en Brasil un ciclón extratropical provocaba destrozos, deslizamientos, lluvias e inundaciones en sudeste del país, y casi al mismo tiempo, primero en Grecia y luego en Libia, una tormenta sin precedentes inundaba tierras de cultivo y anegaba pueblos enteros, con enormes daños en infraestructura y costos en vidas humanas, todo en la misma semana. Ni que decir de los mega incendios en Canadá, Portugal o Australia o la sequía de más de una década que ha afectado a nuestro país; a los que por recurrentes ya los hemos naturalizado.
Esta intensificación de los fenómenos naturales suele presentarse con efectos perjudiciales para las personas y el entorno, pudiendo tener expresiones dramáticas, de forma aguda y en plazos muy breves, como los incendios, los ciclones, los huracanes y las tormentas; o ser más solapados, menos agudos, de plazos más extensos, pero igualmente intensos, como prolongadas sequías, el aumento de temperatura de los océanos, de la humedad, de la radiación atmosférica, el derretimiento de los glaciares o la acidificación de las aguas.
Del punto de vista de la producción de alimentos, estos fenómenos, temporales o permanentes, se ha visto golpean particularmente la producción agropecuaria, ya sea por el daño inmediato a la infraestructura productiva, como también por cambios de las condiciones ambientales tales como humedad, temperatura, precipitaciones, oxigenación, que tiene el potencial de modificar la proliferación y/o modificar los patrones de transmisión y comportamiento de los peligros químicos y/o biológicos, a nivel de la producción primaria, con incrementos en los riesgos de exposición de animales y plantas, afectando la inocuidad de los alimentos derivados de ellos. Esto puede tener consecuencias en el aumento de la carga general de morbilidad en las poblaciones afectadas y dar lugar a brotes de enfermedades transmitidas por alimentos posteriormente a las situaciones de desastre natural, con impactos en la seguridad alimentaria, la salud pública y la economía.
La EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) en 2020 realizó un estudio identificando alrededor de 240 problemas relacionado cambio climático y seguridad alimentaria, de los cuales 100 de ellos estaban relacionados directamente con la inocuidad de los alimentos (tanto para el consumo humano como animal) a través de la sanidad animal y vegetal y la calidad nutricional, por el uso de medicamentos y plaguicidas, que por acumulación pueden convertirse en peligros para la salud humana. La misma fuente señala que el cambio climático tiene el potencial de modificar la aparición e intensidad de las enfermedades transmitidas por los alimentos, a través del establecimiento de especies exóticas invasoras, la aparición de floraciones de algas y bacterias acuáticas potencialmente tóxicas, y la resistencia de diversos microorganismos nocivos para la salud vegetal y animal; la contaminación química y biológica de alimentos y aguas, entre otras.
En este contexto, en estos días en vivimos en pleno el desarrollo de uno de estos eventos naturales globales “recargados” por el cambio climático: “El Niño”. Se grata de un patrón climatológico que se repite en ciclos erráticos de entre 2 a 7 años, y que se caracteriza por el calentamiento anormal de la superficie del océano Pacífico ecuatorial, afectando el comportamiento de precipitación y de la circulación atmosférica en todo el planeta. Tiene un gran impacto en la agricultura, dependiendo de la intensidad, duración y extensión geográfica, así como de la vulnerabilidad y la capacidad de adaptación de los sistemas agrícolas.
Según la FAO, la agricultura es uno de los principales sectores de la economía que podría verse gravemente afectados por el fenómeno de El Niño amenazando la producción de alimentos, a causa de sequías, inundaciones, heladas, con consecuencias en:
- La reducción de la disponibilidad y la calidad del agua para el riego, el consumo animal
- La disminución de los rendimientos y la producción de los cultivos,
- El aumento de las pérdidas postcosecha por el deterioro de los alimentos almacenados debido a las altas temperaturas y la humedad.
- El incremento de las plagas y las enfermedades que afectan a las plantas y a los animales, como la roya del café, el gusano cogollero del maíz, la mosca blanca, la langosta, la fiebre aftosa, la peste porcina africana y la gripe aviar.
- La disminución de la calidad y la cantidad de los pastos y el forraje para el ganado, lo que afecta su salud, su reproducción y su producción de carne, leche y huevos.
El último ciclo de este tipo, en 2014-16, fue devastador, especialmente en países de Latinoamérica y África. Según The Economist en aquella oportunidad, las sequías llevaron a la producción de alimentos sudafricanos a caer a un mínimo de 20 años y provocaron una de las peores olas de incendios forestales de Indonesia. Al mismo tiempo, el clima más cálido y húmedo provocó la proliferación de enfermedades infecciosas en toda América del Sur, incluido el peor brote del virus Zika en 65 años. En Chile recordamos ese episodio del “Niño” por el efecto dramático que tuvo en la pesca y la acuicultura, derivando en una de sus peores temporadas, golpeada por el explosivo florecimiento de microalgas nocivas, con severos impactos, económicos, ambientales y sociales.
“El Niño” es un viejo conocido nuestro, pero que, bajo las actuales circunstancias de calentamiento global, se augura será un “Niño” muy potente, que ya presentó credenciales y se pronostica que seguirá afectándonos durante el resto del año y buena parte del 2024. Pudiendo afectar con consecuencias preocupantes el suministro de alimentos y la propagación de enfermedades.
De he cho, en los primeros meses de su versión actual, a causa las intensas lluvias de los meses de julio y agosto recién pasados, los efectos ya han hecho sentir en forma dramática en la agricultura. La alta pendiente de nuestro territorio de codillera a mar, más el inusual volumen de precipitaciones caído en pocas horas generaron escorrentías y anegamientos cuya fuerza y amplitud provocó la destrucción de cultivos anuales, frutales y de hortalizas y cuantiosos daños en infraestructura y equipamiento productivo y de sistemas de riego, en una superficie de alrededor 200 mil hectáreas. Estimaciones de los gremios empresariales situaron las pérdidas en estos dos eventos, en torno a los US$ 600 – 700 millones, afectando a numerosos productores desde Valparaíso a los Ríos, siendo las regiones más golpeadas las del Maule y O´Higgins, es decir el corazón del Chile agroalimentario.
Si bien, no es posible evitar los fenómenos naturales “recargados” como este “Niño” ni saber con precisión cómo y cuándo afectarán la inocuidad y la seguridad alimentaria, sí podemos mitigar sus impactos y adaptarnos a la convivencia con ellos. En este sentido, no solo tenemos que estar preparados para reaccionar en la emergencia, sino que debemos aprender a convivir en este nuevo escenario. Para ello resulta fundamental contar con una institucionalidad y herramientas adaptadas a esta nueva realidad. Algunas consideraciones básicas para ello son un enfoque integral desde lo institucional y sistémico de las cadenas de suministro para abordar la gestión de riesgos en todos sus eslabones; el marco analítico y las herramientas del análisis de riesgos para evaluar, gestionar y comunicar los riesgos; una poderosa alianza público privada y fuerte consenso social en torno al cambio climático y sus causas y efectos sobre la seguridad alimentaria y sus potenciales impactos en la continuidad productiva, la seguridad alimentaria, la salud pública y la economía. .
Basado en ello las agencias multilaterales como FAO, OMS, IICA y otras se encuentra promoviendo el desarrollo y adopción a nivel nacional de planes de gestión resiliente al clima para la seguridad alimentaria cuyos componentes principales son: 1. Planes de prevención: para reducir la posibilidad de un evento y sus impactos. 2. Planes de Gestión de Crisis con Procedimientos y Equipos claros para ejecutar acciones para controlar y mitigar los impactos de un evento. 3. Plan de comunicación de riesgos, estableciendo una estrategia de comunicación antes, durante y después de un evento. 4. Plan de Capacitación para desarrollar capacidades para mitigar y controlar eventos, y 5. Planes de Adaptación: para construir resiliencia., comprender escenarios, anticipar efectos, flexibilizar estructuras, cambiar paradigmas de gestión de eventos de inocuidad alimentaria, entre otros. Esta es una habilidad que se puede aprender y adoptar con el tiempo.
Eso significa estar preparados para enfrentarnos desde la gestión a un aumento imprevisto de los peligros que ya conocíamos, así como a nuevos; a la eventual falta de conocimiento respecto del comportamiento de estos peligros en este nuevo escenario y la necesidad de generarlo en forma oportuna y a la incertidumbre sobre el curso del desarrollo de los acontecimientos.
Las alertas ya están encendidas con la llegada del “El Niño”. Cabe preguntarse cuán preparados estamos y cuánto hemos aprendido para poder sobrellevarlo de la mejor forma. Al respecto resulta interesante el trabajo que se encuentra llevando adelante SERNAPESCA con los gremios de la industria del Salmón de preparación y prevención frente a un eventual Bloom de algas como el que en 2016 nos sorprendió a todos. Es seguramente un ejemplo a seguir para otros sectores de la industria alimentaria, pasando de la reacción a la preparación y la prevención en forma coordinada, colaborativa.
Michel Leporati Néron, M.V., Ph.D
Director CERES BCA
07/03/2025